Vigésimo primera de abono
Madrid, 26 de mayo de 2010
Mi comprensión rendida para cuantos –y son muchos— están ya indigestados de mansedumbre, descastamiento y bostezos. Debe reconocerse: para que la feria fuera aún por derroteros peores, habría que organizar un concurso, a ser posible internacional. Hagamos a coro nuestras lamentaciones. Lo que quieran. Pero también podríamos pensar en tranquilizarnos un poquito. Ese ambiente que se corta no conduce más que a la ulcera de estomago y al stress. Pues eso, “una doble de valeriana y tila, camarero”.
Que estamos de los nervios es bastante evidente. Pero cuando el psicólogo nos dice que hay que descargar las neuronas, no nos está recomendando que la emprendamos con los toreros, que bastante hacen con matar a estoque a unos mansos integrales. Hoy hasta le han gritado a un torero cuando todo lo que hacía era ayudarse con la espada en el momento en el que el viento le echaba encima la muleta. Un poquito de por favor, hombre.
Lo que pasa es que con otra como la de Samuel Flores de hoy —que ya se pierde la cuenta de las que han salido por los chiqueros--, no digo yo que vayamos a dimitir, no vaya a ser que nos la admitan; pero, desde luego, nuestra autoestima taurina quedaría para el arrastre.
Y mira que la corrida era pareja y bonita. Bien hecha, con las arboladuras propias de su casa, armoniosa… Como para hacerse un dije, vamos. Pero en cuanto se movían un poquito, ya cantaban lo que llevaban dentro: mansedumbre y desrazamiento. Salvemos un poco al sexto, que tuvo un buen pitón izquierdo y en menor medida al cuarto, aunque ninguno de los dos permitía el toreo ligado que se pide. Pero es que ya resulta que hasta sonreímos aliviados cuando un toro tiene al menos cuatro muletazos por un pitón, aunque sea por equivocación. Nos parece un hallazgo. ¡Como está bajando el nivel de exigencia!
Frente a esta enésima corrida sin raza ni fundamento, y aunque algunos protestaran, le toco las palmas a Iván García (de lila y oro), que hasta se sintió en los naturales que le recetó al sexto de la tarde. Con la buena compañía de José Antonio Campuzano, este torero puede funcionar a poco que se abra el “sota, caballo y rey” que manda en los carteles. Muy digno también Juan José Padilla (de verde botella y oro), que se sobrepuso al ambiente y acabó hasta toreando con la cintura al cuarto. En cambio, Luis Miguel Encabo (de blanco y oro) se fue inédito, muy a su pesar: no tuvo opción alguna ni para intentarlo.
Ya sabemos que ninguno de los tres dignísimos toreros que hoy hicieron el paseíllo son herederos directos de Belmonte. Pero la Fiesta no se basa en un escalafón que lo compongan cincuenta “julis” y otros tantos “morantes”; sería un aburrimiento tremendo. Cuando toreaban José y Juan, también era necesario Vicente Pastor. Pues eso, reivindiquemos a los toreros de hoy y a todos los demás que con dignidad y afición visten el terno de luces y aunque la corrida que les espera en los chiqueros no sea de arte y de compás, demuestran cada tarde “un amor sin límites” al arte del toreo, como escribió hace casi dos siglos el ilustrado Juan Corrales Mateos en su “Tauromaquia completa”
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