Vigésima de abono
Madrid, 25 de mayo de 2010
Lo que mal empieza, peor acaba. Es lo que suele ocurrir muchas veces. Y la corrida comenzó con un cartel (ya repetido) en el 7: “¿A quién defiende la autoridad? Pero hombre, a estas alturas del año no se puede preguntar eso. Seguro que el de la pancarta no lee los periódicos, precisamente hoy que es la Corrida de la Prensa; si lo hubiera hecho, sería otra cosa. Mayormente, la autoridad hoy en día hace lo que puede, que no es mucho, ya se sabe. ¿O no?
Pero, claro, empezamos pidiendo autoridad y así nos va. Salvo que se trate del FMI o de la autoridad laboral, que son las que más trabajan últimamente. Todo lo cual pegaba cantidad con el día, porque la verdad es que la corrida ha sido como la Prensa misma: en crisis y regulación de empleo. Así nos tienen, que se nos está quedando una cara de tontos en el tendido que no se puede aguantar.
La cosa principió mal. Desde el anuncio del cartel, una parte de la afición –puntualicemos, los de la Peña del Toro— estaban a la contra, porque consideran que en una corrida que no es de concurso se conculca la ley si se anuncian seis toros de otras tantas ganaderías. Hay que reconocer que llevan años en esa lucha, pero como si nada. Vamos, como nos pasa en estos tiempos a todo hijo de vecino. Ni caso.
A partir de ahí, lo demás vino rodado. Sobre todo cuesta abajo, pero muy cuesta abajo; vamos, como por un terraplén. De nada valía que los seis toros presuntamente ilegales tuvieran una presentación muy digna. Es que aquí nadie colabora, o por decirlo en plan políticamente correcto, nadie “arrima el hombro”; en efecto, los seis toros negaron todo género de colaboracionismo: hace unos días habían decidido venirse a menos, como desinfladillos que andaban. Incluso el primero, que tenía su clase, o el último, que metía bien la cara en la muleta, pero cuya sosería dificilmente creaba ese punto indispensable de emoción. Y por muy pinturero que se quisiera poner el espada de turno, con semejante enemigo no cabía casi nada, según lo entiende hoy la afición.
Con lo cual el cartel, interesante en origen, se quedó vacío de contenido. A El Juli –de azul cobalto y oro— no se le quiso valorar la buena faena al toro de La Quinta, ni la inteligencia con la que lidió en cuarto lugar al de Victoriano del Rio. Miguel A. Perera –de azul eléctrico y oro— no tenía más opción que estrellarse con el destemplado de Núñez del Cuvillo, pero también el esaborío de El Ventorrillo, que hizo quinto, se llamó a andanas. Y otro tanto Cayetano –de verde musgo y oro— con los de Domingo Hernández y Toros de Cortés, aunque pudo estar mejor con ambos.
En definitiva, que lo mejor el llenazo. Una pena, oiga, porque hoy la Infanta doña Elena, afortunadamente tan taurina, acompañaba a lo más granado de la profesión periodística. Pero nadie le había explicado a los toros que cuando uno se encuentra ante semejante "público objetivo", hay que esmerarse mucho. O se hicieron los longuis, que vaya usted a saber.
En fín, que todo quedó en un día más, como los anteriores. No sabía yo que en Madrid habían tantos pacientes sufridores para sobrellevar con dignidad 20 días así. Es de todo punto excusable que estas alturas de la película estén que echan las muelas.
©Antonio Petit Caro
En fín, que todo quedó en un día más, como los anteriores. No sabía yo que en Madrid habían tantos pacientes sufridores para sobrellevar con dignidad 20 días así. Es de todo punto excusable que estas alturas de la película estén que echan las muelas.
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