Duodécima de feria
Madrid, 17 de mayo de 2010
José Joaquín Moreno Silva envió a Las Ventas una novillada de otros tiempos. Reses duras, difíciles en todos los tercios, algunas sin un solo muletazo. En definitiva, mansas y con peligro. A uno le recordaban viejas reseñas leídas en “La Lidia”, de cuando las vacas no querían parir a los toros artistas, sino a fieras declaradas. Medio dejaron estar el tercero y el sexto y fue más bonancible el segundo. Pero también éstos tenían mucho que torear. Pero mucho, mucho.
La Empresa aportó al cartel (no se olvide, de feria de San Isidro) a tres novilleros desconocidos para la mayoría de los aficionados, con escasísimo bagaje técnico y desconocidas cualidades artísticas. Y alguno de ellos, además, con dudosa vocación por el toreo, a tenor de sus gestos.
El resultado de tan explosiva mezcla no pudo ser más que una triste tarde, con dos toros al corral y un permanente sainete, contagiadas como se contagiaron las cuadrillas del pánico y los nervios. Un duro revés, en fin, para aquel de los novilleros que de verdad quiera ser torero.
Deseo lo mejor en la vida a los tres aspirantes: Carlos Chaves (de rioja y oro), Miguel Hidalgo (de grana y oro) y Antonio Rosales (de nazareno y oro). Me felicito que los tres salieran de la plaza por su propio pie. Y supongo que lo ocurrido hoy les llevará a reflexionar a cerca de cuál es su camino.
Los novillos, queda dicho, eran como de otros tiempos. Pero en otros tiempo también cuando se anunciaba una novillada en un abono de cinco tenedores, se trataba siempre de un cartel de lujo, con los muchachos que habían destacado “por provincias”, con oficio bien aprendido y que venían a la cátedra a recibir la aprobación para acceder a la alternativa.
Si para el espectador de hoy le choca que por toriles salgan novillos de otros tiempos, como los de esta tarde con el hierro de Moreno Silva, al aficionado le asombra que la Empresa componga un cartel, tal que el de hoy, tan diferente de lo que era norma en otros tiempos mejores. Cuando a destiempo se mezclan estos dos factores de tiempo, nos encontramos con un solanesco espectáculo, en el que los menos culpables han sido los tres jóvenes espadas.
© Antonio Petit Caro
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