Segunda de feria
Madrid, 7 de mayo de 2010
Que a los ganaderos se les ha ido la mano es algo ya repetido muchas veces. Por tanto, nada desconocido. Tengo para mí que lo que ahora comprobamos son los resultados de esa alquimia genética. Se trataba –-ha confesado más de un criador— de conseguir ese toro que permitiera las inacabables faenas actuales, sin molestar al torero. Vamos, el toro artista. Al final han conseguido que no le sirve ni al torero más cuidado.
Cuando la fuerza no existe, cuando la raza es ya puro aguachirle, lo que sale por chiqueros es todo menos un toro de lidia, que a las primeras de cambio se aferra a la arena y cuando no lo hace sigue los engaños con bobalicones y cansinos andares. Lo trágico es que todo eso ocurre ya hasta con algunas ganaderías que surtían de reses a las corridas de rejones. Esto no es aguar el vino; es vaciar el barril para rellenarlo con agua.
La tarde de hoy en Las Ventas, con tres cuartos del graderío ocupado, ha sido un ejemplo de todo ello, para oprobio del ganadero José Luis Pereda.
Una corrida guapa de presencia, armada como debe ser, pero, !ay¡, vacía de todo lo demás. Con semejante material no tenías más remedio que estrellarse los tres toreros que hicieron el paseíllo. Y si no, que se lo pregunten a Leandro (de lila y oro), cuyos dos toros no tuvieron ni un solo muletazo: no podían ni con el rabo. Lo mismo ocurrió con el segundo y el tercero –ambos con el segundo hierro de la casa, el de La Dehesilla--.
En cambio, los dos toros que se equivocaron, el quinto y el sexto, al menos permitieron comprobar la firme disposición sus matadores. Fueron mansos declarados y confesos, pero con fuerza y con movilidad, aunque no siempre fuera con las deseables buenas intenciones.
Muy firme se mostró Morenito de Aranda (de rosa y oro), con momentos además de calidad sobre todo sobre la mano izquierda y con una estocada magnífica. Si se utiliza el baremo de la oreja concedida ayer, no tiene explicación que el palco se la negara hoy al burgalés.
Si ya con el imposible tercero dejó la impronta, ya comprobada, de un torero hecho, con el que cerraba plaza Iván Fandiño (de barquillo y oro) construyó una faena bien elaborada, en la que a base de aguantar consiguió unas series de naturales verdaderamente meritorios, por más que luego alargara innecesariamente la faena y se le complicara la cosa con la espada. El torero vizcaino no es que se merezca mejor sitio: es que se lo ha ganado.©Antonio Petit Caro
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