domingo, 11 de abril de 2010

El Juli: algo más que cuatro ocurrencias



Aunque sea con brevedad, conviene fijarse en cuatro aspectos de  Julián López “El Juli”, por cuanto significan en la dura y difícil que hoy le corresponde afrontar, como antes hicieron, por cierto, quienes han sido de verdad figuras del toreo.

Una primera idea, que en realidad es un recordatorio. El Juli es hoy quien asume el papel de  echarse sobre sus hombros el peso de todo el andamiaje en el que se soporta  la Fiesta de los toros. Esto es un dato objetivo y constatable. Se puso de manifiesto en las Fallas, lo vimos en Sevilla, se comprobó de nuevo en Madrid, pese a la intransigencia de algunos; se ha vuelto a ver en Alicante….

Nos encontramos en un momento en el que hay toreros excelentes. Me parece una vulgaridad, además de un dato erróneo, decir que se trata de los mejores de la historia. Sencillamente, son importantes. Pero entre todos ellos, sólo uno, como ocurre en todos los órdenes de la vida, ha sido llamado a encabezar el toreo. Y ese en estos momentos es El Juli.

A partir de ahí, podríamos derivar hacia la excelencia en su toreo, que calidades tiene. Pero parece mucho más relevante poner de manifiesto la extrema dureza que reviste asumir ese liderazgo, cuando todo el peso del toreo gravita sobre sus hombros, que es algo que representa muchísimo, quizás más de lo que cualquiera de nosotros puede imaginar.

Por decir algunas ocurrencias de la vida diaria, piensen por ejemplo que El Juli no tiene derecho a ese aliviarse en momentos de poca relevancia, algo que todos, cada uno en sus actividades profesionales, se pueden permitir. Y es así porque todos los públicos, el de Madrid, pero también el del último pueblo de la geografía, quiere ver a ese Juli en el plan arrollador de la primera figura. Pero, además, porque para todos sus hipotéticos competidores tiene especial importancia salir triunfadores cuando comparten cartel con él.

Pero, por si fuera poco, tiene que responsabilizarse de ser el objetivo de todas las miradas. Y con la tradición que tenemos de primero levantar un monumento para luego derribarlo, eso debe resultar una misión durísima.

Una segunda ocurrencia toma su causa de esta última idea. Precisamente porque está indiscutiblemente en ese número uno, en mi modesta opinión El Juli se encuentra hoy en un momento decisivo. En esto no hace sino seguir lo que es una ancestral tradición de la Fiesta. Las grandes figuras siempre tuvieron que afrontar los momentos de contradicción cuando disfrutaban de su propia supremacía.

No se trata de hacer comparaciones, pero cuando José Gómez “Gallito” estaba en su apogeo, era frecuente leer, por ejemplo, que qué iba a esperar la afición de “semejante largirucho. Y era nada menos que Joselito. Cuando en el toreo mandó Manolete, nuevamente se produjeron los mismos movimientos contradictorios. Y cuando Ordóñez estaba en todo su esplendor, hubo un año en el que toreó las cinco corridas que entonces componían la Feria de Sevilla y, pese a su gesto, la afición no le dejó dar ni una sola vuelta al ruedo.

Pero cuando se repasa la historia del toreo se comprueba que todas las verdaderas figuras consolidaron su capacidad de liderazgo precisamente en ese momento en el que vencieron a esta contradicción, que vino a ser como su rubicón particular en el camino a la consagración definitiva.

A lo mejor estoy en un error, del que puede sacarnos el propio protagonista, pero yo veo hoy al Juli precisamente doblando ese cabo de las tormentas. Y lo veo así, incluso antes de porque reúne las condiciones necesarias, porque en el se trasluce la convicción profunda de sentir intensamente el papel que corresponde a quien debe liderar la Fiesta; en palabras un tanto cursi, porque ha asumido su misión histórica, que también de eso hay en los Anales del toreo.

Un tercer elemento, muy ligado a lo anterior. Permítanme que les adelante, entre paréntesis, que siempre he pensado que el toreo tiene un algo misterioso, casi mágico; por eso, nunca ha respondido linealmente a ese 2+2 igual a 4, con el que se rige la vida ordinaria. Por eso se explica que haya razones que a ojos de un profano pueden pasar desapercibidas, pero que para los protagonistas resultan muy relevantes.

Pues bien, hace ya bastante años tuve la suerte de compartir unas conversaciones pausadas y tranquilas con don Álvaro Domecq y Diez, que es uno de los grandes señores que la vida me ha deparado la gran suerte de conocer.  Hablando de Manolete, recordaba don Álvaro que la verdadera obsesión de Manuel Rodríguez cuando estaba en su momento cumbre era que Camará y él le hablaran de los grandes toreros de la historia del toreo.

Por un estricto ejercicio de curiosidad, en un momento determinado me dediqué a rastrear este dato en la vida de otros grandes toreros. Y cual no fue mi sorpresa cuando pude comprobar que ya fuera Joselito, ya fuera Belmonte, como ocurría más tarde con Marcial, con Pepe Luís o con Antonio Bienvenida, todos los que han marcado la historia del toreo han tenido esa sana obsesión de mirarse en el espejo de las figuras históricas, en el fondo porque consideraron, y consideraron bien, como un valor en sí mismo entroncar con los grandes protagonistas de la Fiesta, aquellos que dejaron su huella indeleble.

Yo aquí me limito a constatar otro dato: Por lo que yo he podido conocer de la trayectoria de El Juli, responde exactamente a ese mismo patrón. Y es un dato que dejo sobre la mesa, porque a mi entender encierra unos valores que conviene tener en cuenta.

Finalmente, en todo este contexto hay que situar su momento presente, en el que se han repetido los gestos con muchos riesgos, riesgos además de los que no se va a deducir nada material: El Juli toreará este año y los siguientes el número tardes que el quiera, con independencia casi de lo que ocurra en cada una de sus gestas.

En este sentido, se trata de un esfuerzo innecesario, cuando, pase lo que pase, El Juli seguirá siendo mucho Juli, en la consideración de quienes llenan una Plaza. Pero, sin embargo, se trata de un esfuerzo necesario, porque de el deberá nacer la confirmación del papel histórico que le corresponde en el toreo.

Y es que de este reto lo relevante no son sus aspectos materiales de cara al futuro: más dinero, más contratos; lo relevante es que supone un peldaño más en el camino de alcanzar el objetivo supremo para quien se viste de luces: ser torero de época.

Este competir consigo mismo, me parece un proceder tan noble y tan sincero, pero también tan duro y difícil, que me lleva a desearle aquello que tanto se cantó de Joselito el Gallo, cuando en circunstancias bastante similares a las que hoy atraviesa El Juli, se encerró con seis toros, que al final fueron siete,  en la plaza de Madrid el 3 de julio de 1914, para acallar unas críticas que consideraba infundadas.

En aquella ocasión, la afición en el paroxismo de su entusiasmo acuñó una expresión, luego incorporada al decir del común de la torería, como significación de todas las excelencias del triunfo: el torero de Gelves había matado siete toros, en siete cuartos de horas y sin despeinarse siquiera.

En el fondo, esa es, dicho metafóricamente, la meta a la que hoy debe y puede aspirar El Juli.

©Antonio Petit Caro

 

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