El Juli marca las diferencias
Octava de abono
12 de julio de 2010
Se puede estar bien. Se puede, incluso, cortar orejas. Pero todo eso queda en un remedo cuando se ejerce el magisterio de los ruedos. Y en eso, hoy hay que descubrirse ante Julián López –de azul cobalto y oro, en esta tarde--. Si además se echa uno a las espaldas, por qué le da la gana, el peso del toreo de su época, se hace lo que hoy hace “El Juli”: no rehuir las ferias y los carteles de importancia, como ahora ocurre en este abono, en el que es el único que se anuncia dos tardes.
Lo de menos ahora es el número de trofeos que se le concedieron, que en este caso no guardan relación de proporcionalidad con la actuación del madrileño. Lo demás es la lección que dictó ante dos toros –sobre todo el quinto— a los que había que entender y administrar la medicina adecuada, no valía el manido proceder de ponerse por un lado y por el otro, casi mecánicamente.
Dentro del buen encierro en general que mandó Victoriano del Río, al madrileño le tocó en primer lugar uno bravito, pero con acusada querencia a irse suelto de los engaños. Desde el primer momento, El Juli se puso a la tarea de corregir sus defectos y lo consiguió, claro está. Cuando eso, además, se hace manejando las telas con buen gusto, con la muñeca muy templada y sin permitir ni un solo enganchón, estamos ante una actuación de excelencia. Lo mató por arriba y el presidente de turno le concedió una oreja, que en justicia debieron de ser dos.
El quinto era, probablemente, el más grandullón de toda la corrida. (Entre paréntesis, de qué forma más rara se hicieron hoy los lotes; a El Juli le tocaron los dos peor hechos). El animal tenía sus problemas, que no eran pocos, Pero el torero tenía su inteligencia y la sacó a relucir. Otra faena de muy buen nivel, otra oreja. Lo único reprochable en un profesional de su dimensión fue el descuido, el exceso de confianza que dio pie al puntazo que hoy sufre el de Velilla de San Antonio. ¡Pero hombre…! Menos mal que al final no fue más que un puntazo en la zona escrotal, porque por la forma de cogerle dió la impresión de una cornada mayor.
Se ha apuntado ya el muy aceptable encierro de Victoriano del Río. Dentro de él, destacaron dos toros: 1º y 4º, esto es, el lote de Curro Díaz --de verde botella y oro--. No diría yo que en este caso sea de aplicación lo de que “tuvo mucha suerte en el sorteo”. Más bien fue lo contrario, porque la calidad de sus enemigos dejó al descubierto las carencias de su lidiador. Me resulta ya un poquito cansino oír cómo de este torero casi obligadamente se debe cantar su estética, en virtud de lo cual parece que se hace necesario y está justificado pasar por alto otros conceptos más básicos del toreo, como el temple y, por qué no, la técnica.
Esta tarde fue el vivo ejemplo de todo ello: cuando uno está ante un toro bravo, por más noble que sea, no se puede olvidar que el animal exige siempre de su lidia. Pero si todo lo fiamos a un sentido escultural de las suertes, pasa lo que pasa: se empieza por no echar la muleta adelante y se acorta luego el último tiempo del muletazo con la pretensión de enroscarse el toro a la cintura; el resultado final necesariamente no puede ser el deseado, en la medida que al toro no se le ha dado su espacio, los engaños tienden a ser enganchados y, a la postre, todo queda deslucido. Y por eso uno se deja ir toros que eran de triunfo grande, como ayer le ocurrió, y por dos veces, a Curro Díaz.
Aunque se puedan aducir circunstancias paliativas, por corresponderle un lote poco lucido, Alejandro Talavante –de verde manzana y oro— no dejó de esforzarse en ofrecer al respetable un muy numeroso muestrario de pases en su primero, pero la mayoría de ellos dados al buen tuntún. Ahí está la causa de por qué tenía que andar detrás de sus toros todo el rato. Mantuvo su estilo, pero en una tarde como la de hoy necesitaba también de un mínimo de lidia y de técnica para que aquello fructificara en algo positivo.
© Antonio Petit Caro
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