Madrid, 12 de junio de 2010
Tarde desapacible en Las Ventas. Desapacible por la climatología, por el estado del ruedo –-convertido en pista de patinaje--, por el ambiente enrarecido que volvió a crearse en una parte de los tendidos. El resultado final no podía ser otro que una tarde perfectamente prescindible en el calendario del aficionado.
El descolgado cartel de figuras ya de por sí estaba –este sí que sí— fuera de cacho, en la misma medida que no era otra cosa que una situación forzada por circunstancias tan marginales como la decisión de José Tomás de no dejarse televisar. Caído el torero en Aguascalientes, todo lo demás era una cuestión que más que nada interesaba a la empresa: salvar la tarde, porque al arrime de José Tomas había colocado muchas localidades de uno de los abonos más flojos de los que ha organizado a su paso por Madrid.
Para complementar la cosa, una parte de la afición fue al tendido con el pie cambiado, creando un clima tan incómodo como injusto. Por los pasillos había quien opinaba que era consecuencia de lo que calificaban como provocación: las declaraciones de los empresarios y del responsable del Centro de Asuntos Taurinos, convertidas en un rosario de mutuas alabanzas y de defensa a ultranza de lo indefendible, esto es: las bondades de lo hecho en San Isidro y en el Aniversario. Será por eso, o será por cualquier otra cosa, pero el ambiente estaba en un tris de darle la razón a “Guerrita”: “en Madrid que toree San Isidro”.
Pagano principal fue “El Juli” –de tabaco y oro--, víctima de esa especie de axioma según el cual aplaudir es de tontos e ignorantes. Estuvo el madrileño hecho un torero serio y responsable con su primero, al que metió en la muleta como pocos profesionales hacen hoy. Y lo mató por arriba. Pues por lo visto no se podía cometer el error, inmenso error, de concederle una oreja, pedida por lo demás de forma absolutamente mayoritaria. Mientras tanto, en el palco tan anchos: habían salvado el envite de la minoría que grita.
Distinto fue el caso de Talavante –de grana y oro— para que los de siempre no tuvieran objeción mayor y si no le cortó la oreja al tercero de la tarde, con el que estuvo muy digno, fue por el mal manejo de la espada.
Pero como la tarde estaba resbaladiza en todos los sentidos, parece como si no se echara cuenta de la guapa corrida que envió El Ventorrillo, con un cuarto magnífico en todos los tercios, que se dejó ir incomprensiblemente Manolo Sánchez –de azul cielo y oro--. Total que acabó la función y a la calle que nos fuimos con la duda de si realmente aplaudir en los toros es cosa de tontos e ignorantes. A cavilar que nos dejaron.
© Antonio Petit Caro
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