“Clásico como el más clásico, romántico como ninguno”, escribió Alejandro Pérez Lugin, “Don Pío” en la crítica taurina, para definir a Rafael El Gallo. Salvando las diferencias, que las hay, tales palabras bien podríamos aplicarlas a Pepe Luis Vázquez, el torero sevillano que se ha constituido en una de las columnas centrales del torero de los últimos 50 años. No exagero si escribo que, más allá de esos círculos que viven de las modas, el mayor de los Vázquez ha sido uno de los tres toreros fundamentales del postmanoletismo, además de ostentar hoy el decanato de los matadores de alternativa. Pero todo eso lo es en silencio, el silencio creativo de la Sevilla auténtica.
En la mitología taurina, y quizás sea conveniente así, los núcleos de entendidos de manera habitual han vivido pendientes de reencarnaciones permanentes, que curiosamente luego casi nunca han sido duraderas. Se inmoló trágicamente Manolete y faltaron meses para que algunos descubrieran a Frasquito, que desde el respeto que merecen todos los que visten de luces, duró en esto del toreo lo que se dice diez minutos. Entró en las postrimerías de su carrera Curro –-Romero, naturalmente, ¿o es que hay otro?— y cuando un muchacho enjaretaba cuatro muletazos con cierto empaque, ya había quien anunciaba urbi et orbe que había nacido el “nuevo Curro”.
Estoy por decir que lo de Pepe Luis ha sido más grave. El reiterado “es igualito a Pepe Luis” lo han repetido gentes aparentemente ilustradas como sinónimo de la pinturería, que es al toreo lo que --ahora que estamos en tiempos navideños-- la escarcha blanca a los belenes: su elemento más marginal y, además, menos en concordancia histórica con la autenticidad de lo que conmemoramos.
Al hilo de esta realidad, no está de más recordar aquí una anécdota rigurosamente histórica. En una plaza de primer rango, un aficionado al que tenía por verdaderamente entendido, me alababa con entusiasmo al novillero que estaba en el ruedo y cuando llegó al paroxismo explotó en su entusiasmo:
--”Mira, mira, se va de la cara del toro igualito que Pepe Luis”.
Quizás con el candor de quien le gusta vivir lo taurino con sosiego, me atreví a objetarle:
-- “Fíjate que yo creía que lo bueno de Pepe Luis era precisamente cuando no se iba de la cara del toro”.
Huelga decir que el resto del festejo lo vimos en un sólido silencio. Naturalmente, ni saliendo de la cara del toro ni quedándose, Pepe Luis ha tenido segunda parte. Ha sido, sencillamente, irrepetible, como siempre ocurrió con los fuera de serie. Con razón Juan Belmonte, que por fortuna no era tan locuaz en sus sentencias como El Guerra, certificó tras una tarde grandiosa del sevillano: ”Si le dicen a usted que antes que este torero ha habido alguien que le haga esto a un toro, diga usted que no es verdad, que lo dice Juan Belmonte”.
Se entiende que así haya ocurrido, porque a base de la tan manoseada pinturería no se puede, por ejemplo, mantener el récord de ser la figura que más corridas de Miura ha matado en la feria abrileña de Sevilla; exactamente 10, algo que no hicieron ni Joselito ni Belmonte.
Pero es que, además, ¿alguien que tenga dos dedos de frente en lo taurino es capaz de considerar que la grandiosa faena al villagodio de Valladolid fue una faena pinturera? Si hacemos caso a gentes de fiar, se trata de una de las dos o tres faenas históricas del siglo XX, con la de Belmonte al concha-y-sierra de Madrid el 21 de julio del año 17, o la de Manolete con “Ratón” en 1944.
No cabe duda que Pepe Luis ha sido y es un verdadero punto y a parte en los Anales taurinos, en el que se entremezclaron en la debida proporción la técnica y el arte. De hecho, si algo sorprendió del Pepe Luis juvenil e inexperto fue, precisamente, su capacidad e intuición para entender a los toros. Y resultó que luego, además, toreaba –-pongámoslo con el dicho popular— “como los angeles”.
Pero si Pepe Luis ha ido siempre sobrado de la mejor torería, también ha caminado ayuno en oportunismo a favor de la moda de turno. En cambio, desde la rica personalidad de quien forma parte del círculo de los genios, ha ido por la vida reivindicando ser uno más, porque está convencido que la historia del toreo la han escrito entre todos, los matadores y las cuadrillas, las grandes figuras y quienes se quedaron en el camino de serlo. Quizás también por eso se trata un caso de más admiración y más respeto.
Por eso al recordarle hoy, frente al silencio civil del que algunos rodearon su figura, reivindicamos la permanencia histórica de Pepe Luis, que desde José y Juan, pasando por Chicuelo, ha sido y es en nuestros días, el torero más importante que ha tenido Sevilla.
Artículo publicado en ABC, con motivo del 80 cumpleaños de Pepe Luis.
En la mitología taurina, y quizás sea conveniente así, los núcleos de entendidos de manera habitual han vivido pendientes de reencarnaciones permanentes, que curiosamente luego casi nunca han sido duraderas. Se inmoló trágicamente Manolete y faltaron meses para que algunos descubrieran a Frasquito, que desde el respeto que merecen todos los que visten de luces, duró en esto del toreo lo que se dice diez minutos. Entró en las postrimerías de su carrera Curro –-Romero, naturalmente, ¿o es que hay otro?— y cuando un muchacho enjaretaba cuatro muletazos con cierto empaque, ya había quien anunciaba urbi et orbe que había nacido el “nuevo Curro”.
Estoy por decir que lo de Pepe Luis ha sido más grave. El reiterado “es igualito a Pepe Luis” lo han repetido gentes aparentemente ilustradas como sinónimo de la pinturería, que es al toreo lo que --ahora que estamos en tiempos navideños-- la escarcha blanca a los belenes: su elemento más marginal y, además, menos en concordancia histórica con la autenticidad de lo que conmemoramos.
Al hilo de esta realidad, no está de más recordar aquí una anécdota rigurosamente histórica. En una plaza de primer rango, un aficionado al que tenía por verdaderamente entendido, me alababa con entusiasmo al novillero que estaba en el ruedo y cuando llegó al paroxismo explotó en su entusiasmo:
--”Mira, mira, se va de la cara del toro igualito que Pepe Luis”.
Quizás con el candor de quien le gusta vivir lo taurino con sosiego, me atreví a objetarle:
-- “Fíjate que yo creía que lo bueno de Pepe Luis era precisamente cuando no se iba de la cara del toro”.
Huelga decir que el resto del festejo lo vimos en un sólido silencio. Naturalmente, ni saliendo de la cara del toro ni quedándose, Pepe Luis ha tenido segunda parte. Ha sido, sencillamente, irrepetible, como siempre ocurrió con los fuera de serie. Con razón Juan Belmonte, que por fortuna no era tan locuaz en sus sentencias como El Guerra, certificó tras una tarde grandiosa del sevillano: ”Si le dicen a usted que antes que este torero ha habido alguien que le haga esto a un toro, diga usted que no es verdad, que lo dice Juan Belmonte”.
Se entiende que así haya ocurrido, porque a base de la tan manoseada pinturería no se puede, por ejemplo, mantener el récord de ser la figura que más corridas de Miura ha matado en la feria abrileña de Sevilla; exactamente 10, algo que no hicieron ni Joselito ni Belmonte.
Pero es que, además, ¿alguien que tenga dos dedos de frente en lo taurino es capaz de considerar que la grandiosa faena al villagodio de Valladolid fue una faena pinturera? Si hacemos caso a gentes de fiar, se trata de una de las dos o tres faenas históricas del siglo XX, con la de Belmonte al concha-y-sierra de Madrid el 21 de julio del año 17, o la de Manolete con “Ratón” en 1944.
No cabe duda que Pepe Luis ha sido y es un verdadero punto y a parte en los Anales taurinos, en el que se entremezclaron en la debida proporción la técnica y el arte. De hecho, si algo sorprendió del Pepe Luis juvenil e inexperto fue, precisamente, su capacidad e intuición para entender a los toros. Y resultó que luego, además, toreaba –-pongámoslo con el dicho popular— “como los angeles”.
Pero si Pepe Luis ha ido siempre sobrado de la mejor torería, también ha caminado ayuno en oportunismo a favor de la moda de turno. En cambio, desde la rica personalidad de quien forma parte del círculo de los genios, ha ido por la vida reivindicando ser uno más, porque está convencido que la historia del toreo la han escrito entre todos, los matadores y las cuadrillas, las grandes figuras y quienes se quedaron en el camino de serlo. Quizás también por eso se trata un caso de más admiración y más respeto.
Por eso al recordarle hoy, frente al silencio civil del que algunos rodearon su figura, reivindicamos la permanencia histórica de Pepe Luis, que desde José y Juan, pasando por Chicuelo, ha sido y es en nuestros días, el torero más importante que ha tenido Sevilla.
Artículo publicado en ABC, con motivo del 80 cumpleaños de Pepe Luis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario