domingo, 15 de marzo de 2009

Gallito, la eterna primavera del toreo




En un mundo de añoranzas sobre tiempos pasados, que no pudieron ser tan gloriosos como se cantan, y de lamentos sobre el presente, que me resisto a admitir que sean tan negro como se pinta, tiene bastante lógica que no falte quien se pregunte si realmente Joselito encarnó a ese torero de leyenda, a ese elegido que nos narran las crónicas antiguas, o si, por el contrario, los nombre de Talavera y Bailaor tuvieron parte importante en la fabricación posterior de un mito.La respuesta a estas dudas, si las hubiere, tiene que ser rotunda: no, Gallito no necesitó de Bailaor para cincelar su nombre en lo más alto, ni para que la Giralda llorara desconsolada su luto. De hecho, los Anales se muestran inapelables al certificar que el hijo de la “seña Grabiela” se constituyó de por sí en el eje central de su época, que taurinamente se compuso de la lidia y muerte de 22 erales, 89 utreros, 130 novillos y 1.567 toros, repartidos por todas las plazas relevantes: 87 tardes en Madrid, 71 en Barcelona, 65 en Sevilla, 62 en Valencia, 32 en Bilbao…Si se quieren evocar sus virtudes, esas que le convirtieron en una figura por encima de su propio tiempo histórico, hay que fijarse en primer término en su indesmallable vocación: José vivió tan sólo y nada más que para ella, cuando era un mozalbete soñador y cuando lucía el entorchado de primera figura. Su intuición, prodigiosa bajo todos los ángulos, la demostró desde sus tiempos de becerrista. Por eso, con razón, un cronista pudo escribir: “Le mató un toro, pero no le afligió ninguno”. Y es que no queda resquicio alguno para la duda sobre su capacidad como lidiador.No era al comenzar un estilista en algunas suertes con el capote y la muleta, pero asimiló de inmediato la revolución belmontina, para imprimirle luego un sello propio. Y aunque es cierto que a veces no tenía un estilo depurado como matador, tampoco cabe negar su seguridad y su hombría a la hora de irse detrás de la espada. Y junto a todo eso, mantuvo desde el primer día al último una afición sin medida, un pundonor sin límites, un respeto sagrado casi hacia los aficionados. Por eso fue, sencillamente, una figura irrepetible.No caben extrañezas, pues, si se afirma que sobre sus hombros recaía tarde tras tarde el peso de toda la torería. Y lo llevó no sólo con hombría, también con arte y hasta con garbo. Pero aunque Joselito forma con Belmonte la Edad de Oro del toreo, la Fiesta sigue. Un dato histórico: en la primera corrida que, tras la tragedia de Talavera, se celebró en la Maestranza de Sevilla, un aficionado sumido en el desaliento desplegó en el tendido una pancarta: “Murió Gallito, viva el gol”. Primero el Pasmo de Triana y luego todas las demás figuras de la historia vinieron a desmentirle. Para goce y disfrute de quienes hoy añoramos ya en el invierno que llegue pronto la primavera, esa eterna primavera que para el toreo fue José Gómez “Gallito”.

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